Bien o mal, los ciclos continúan, y luego de las consabidas -y por supuesto forzadas- reflexiones de rigor que realizan desde los medios de comunicación hasta nuestros seres más cercanos, se cae la máquina.
Las máscaras se caen todos los días, no frente a un evento catastrófico.
Habrá que asumir que lo inesperado es lo esperable.
Habrá que asumir que cuando ya no había más lágrima, quedaba mucha lágrima más y que el pozo no se llena.
El acontecer de la tragedia es parte de un acontecer orgánico mayor: Mis células sufren, me duele la herida, me lamo el corte, sale la costra. En ocasiones el dolor físico es tal que el alma se duele. O se quiebra.
A la inversa: Mi alma sufre, mis células se duelen y en ocasiones el dolor del alma es tal que el cuerpo padece. O se quiebra.
A la inversa: Mi alma sufre, mis células se duelen y en ocasiones el dolor del alma es tal que el cuerpo padece. O se quiebra.
La vida sigue.
El ciclo se repite y todo, todo, absolutamente todos los detalles que conforman mis aconteceres, se me hacen mortalmente conocidos.
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