Hace 20 años que no digo una sola palabra.
Nos miramos, comemos siempre en la misma mesa, leemos en silencio.
Conozco sus caras como conozco mis manos, mis marcas de nacimiento, cada surco de sus frentes lo he visto nacer con el sol
y el tiempo, el tiempo...
Cada tanto viene un hombre, cada uno lo espera en su habitación. Nunca he escuchado una sola palabra
tras las paredes. Cuando viene a mí, lloro. Mi llanto no tiene congoja, ni aflicción, a pesar de las
gruesas gotas que caen y manchan el piso formando figuras.
En las tardes se debe leer, hasta cuando la luz anaranja el contorno de las estatuas
del patio. Algunos no soportan la mullida tibieza de la brisa y caen en un sopor tranquilo.
Podría ser un anciano, un sacerdote, podría no serlo.
Hace 20 años que no digo una sola palabra.