Ayün, hay un río que nos cruza:
El agua del río alimenta tu sustancia y la mía, que es la misma.
Una soga,
o quizás una dulce enredadera de copihues sale de tu ombligo y el mío.
Yo no sabía de su existencia,
mas descubrí que tus ojos
estaban desde antes de mis ojos,
entonces supe
que mi luz habitaba en tu garganta
y, dulcísima, mudó su casa.
Viajó por tiempos que la razón no abarca, coronó mi nacimiento,
y allí se quedó esperando a que tú nacieras. Despertó nuevamente
cuando descubrí tu risa,
en el brillo amatista de tu palabra,
en todos los farolitos de los puertos.
Porque, ay, Ayün,
los encendiste todos.
Y un sonido sagrado,
cruza la silenciosa verdad de los canelos,
y se materializa en la constante esencia
de las montañas,
para decirnos que somos
amanecer
cada vez que tocamos nuestros labios.
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