Ay, Margarita, extendiste tanto tu inocencia.
Tus ojos se abren, inmensos, sin descanso, mirando por el vidrio de la ventana y pareciera que atravesaras el mundo o que desmontaras los objetos como vulgares piezas de madera de una muñeca rota.
La cama está deshecha; miras las sábanas: Tu mente está vacía y, en ese instante, un pajarito revienta su cuerpo contra la ventana.
Te ríes, te veo, Margara, te ries sin trazas de culpa que retengan tu risa.
Tu inocencia equivale a la amoralidad de los dioses, pero eso no lo sabrás nunca, Margara, nunca, sumergida en el terrible pantano de tus horas muertas.
(De La liturgia de las Horas)
No hay comentarios:
Publicar un comentario