Busco, busco, busco el arte, como el sediento busca con la lengua el riachuelo que apenas se oye entre las rocas reverdecidas de musgo.
Mi olfato crece y todo se vuelve un palpitar acompasado de volúmenes sanguíneos, una espalda arqueada, células viajando y comunicando goces futuros a lejanas neuronas, que perciben la agitación general desde lejos, rezumando las divinas combinaciones neuroquímicas de la eternidad.
Todo acto de arte es inmanente. Todo acto de realidad es eterno en su fragilidad.
De ahí que respiro.
Espero.
Aspiro.
Deliro.
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