Cuando el aprendiz asume la certeza como una herramienta que genera un plano de igualdad con la divinidad, está perdido.
Los criterios de la divinidad son los de la otredad absoluta, pues el aprendiz jamás podrá ingresar al macrosistema de las cosas salvo por gracia, vale decir, por un código de aceptación egresado del macrosistema, que abrirá -misteriosamente- cierta puerta, cierta aura floral, ciertas piernas de gata milenaria.
La aquiescencia, entonces, es un don divino. Por lo demás, un zumbido (para dios el lenguaje y todos sus actos de habla son zumbidos de abeja dormida) esencial en el juego.
Por que sí, el juego es a pesar de los delirios epistemológicos del ser que lo habita, a pesar de Dios (que goza todo movimiento en la rueda del destino), a pesar de la Sagrada teoría de cuerdas, a pesar del círculo de sal en el que se busca proteger la esencia del miedo.
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