jueves, 1 de abril de 2021

Vómito.

 Escribo con la convicción de que nada nuevo pasará entre este sol y los demás que vienen, secretamente sumergidos, en la materialidad de la estrella que nos rige.

Nada nuevo pasará. Estas letras no son nuevas. Las he escrito innumerables veces, e innumerables veces serán arrojadas al plano del vacío; puesto que -y tampoco es nada nuevo- olvido todo. Cada vez olvido más, entonces, necesariamente, vuelvo sobre los mismos temas, sobre las mismas obsesiones que han colmado mi vida de retazos extraños, que mutan entre el desolador panorama del rechazo a las precarias hojas de la autocompasión.

Alguien desconocido me pedía textos. No pretendo exponer mis vísceras, sin embargo, la petición provocó que revolviera el gallinero de mis letras pretéritas: Noté exceso de palabras. Exceso de emoción aflorando por todos los poros posibles. Incluso en los poros que probabilísticamente son imposibles afloraban emociones tan contradictorias y extrañas como las que escribiré -quizás- hoy o en un par de años más. Las posibilidades ante el olvido son infinitas, y nadie puede entender que escriba con esta velocidad en los dedos, con la certeza absoluta de mi propio desencanto. Puedo escribir los versos más absurdos esta noche, escribir por ejemplo, que los ojos duelen con la luz más que con la ausencia. Pero lo previamente dicho dudo que sea un verso, suena más a una hipótesis. Y el problema con las hipótesis es que pueden ser perfectamente desmentidas; la poesía, madre de todas las mentiras del mundo, jamás. Quien lee, comprende la verdad absoluta de la mentira. Esto tampoco es algo nuevo, hasta cierto punto Vargas Llosa lo menciona argumentando sobre la narrativa y la literatura, retomando un tópico cuasi eterno desde que se alzó el pensamiento occidental con la categoría de la verosimilitud (y toda la verga de la mímesis).

Ahora me viene el deseo de no acabar la idea que he oliscado entre las neuronas y el masaje de las glías. Ojalá pudiera, como lo he hecho en otros momentos, arrojarme al vacío y estrellar mi cuerpo contra todo objeto estético posible, ojalá masculino, ojalá disgregado, ojalá con miles de cuchillos en las pupilas, para así reventarme en la realidad de una cama desconocida. Soy/estoy adicta a olvidar. El sexo ayuda, por sobre todo en los 15 minutos posteriores al orgasmo. El problema se suscita en el minuto 16. Y actualmente el minuto 16 se prolonga demasiado tiempo, cada vez necesito más vacío, más tránsito...no puedo parar (lo que, claramente, no es algo nuevo).