sábado, 14 de septiembre de 2019

Homilía

La vida es bella porque no dura, dijo convencida la Soa Perla. Le tomaba la mano fría, parece un pollito mojado, tráeme unas papas, le voy a hacer una friega, no qué vai a saber tú mejor yo y me paro quejándome de las várices bajo por las escaleras el olor a cera me da algo como tranquilidá como cuando mi madrina me hacía trenzas y sentía el olor de los jazmines con el del pan ahí siempre son las seis y siempre es verano y siempre entra una brisa y se abre por las sienes para terminar en el umbral de la casa que nunca tiene cerrada la puerta
ah sí
entonces arrastro las patas a la cocina y saco tres papas grandes igualito a cuando piden papas fritas con pescado frito y saltan los zapatitos blancos de la Niña Ester tantos años ya tantos años lavo las papas las pelo hay una mosca zumbando encima de la trenza de ajos pero ya no estoy pa andar espantándole la libertad a algo con alas así que me guardo las papas en el bolsillo del delantal este es el de diario eso sí po no el que usaba antes cuando venían visitas ahora casi nadie así que
ah sí
me devuelvo por el mismo camino de siempre no me sequé bien las manos ya no voy a interrumpir todo lo que avancé pa puro ir a secarme las manos mi madrina decía que mejor escupir patrás y no pal cielo y harto que sabía ella de sacarle brillo a las cosas Perlita nunca bote el pan quemado ráspelo bien no más Perlita si le pone limón al pelo se le aplastan las pelusas rebeldes Perlita a veces las cosas pasan Perlita
ah sí
termino de subir la escalera me cansé oye, ya, voy a empezar la friega así que sal con viento retobao de aquí, que no podí na ver tú estas cosas, después dicen que una es qué.

Sabbat

Llega el sábado.

Te encuentro sobre la hierba mojada.
Allí estaba, sus piernas largas, extensas como brazos de mar blanquecino. Nada detenía la prolongación perfecta de sus piernas, zozobrando en otro mar, retenido en el jardín. Intentaba, por todos lo medios, subir una rodilla. Los dedos meñique y anular de su mano izquierda se crispaban cada 85.3 segundos, en un ciclo sagrado de 7 minutos.
El tintineo lejano de la cocina arrojaba ligeros vahos de cazuela de cordero; unas manos vaciaron una cacerola sobre una olla de greda. Todo es sonido. Burbujeo. Olor. Burbujea también la saliva, pensó Pancracio en voz alta. Tomó a Margarita con dulzura desde la nuca y acercó su cráneo al suyo. El éxtasis que la arrebataba no le permitía otra cosa que expeler sagrados óvalos de saliva alrededor de su boca, cuyo sabor quedó impregnado en la lengua de Pancracio.
No hay otro dios.
No hay otra sustancia.

El aire se desgrana. Llegan, desde lejos, voces entrecortadas, un plato roto, zapatos que corren por escaleras con un bulto entre los brazos.
En el parqué quedó el delantalcito blanco: manchas de pasto y orina.






domingo, 1 de septiembre de 2019

Entradas prosaicas I

Cuando las palabras se entierran en un suelo desértico.
Cuando ya vodka, drogas, cine, sexo, siesta. Desde el entierro de la palabra en mi boca, emerge la vulgar sensación de estar incómodamente cercana a un N.N en el metro. Entonces, no te amo.
Sin embargo, tu mano me recoge y retrocede con tanta cautela, con tanto dolor viejo y anudado en tus articulaciones, que no puedo dejar de amar que me cedas el espacio, que me prestes el lado izquierdo de tu cama, esperando que la inquietud de mi mente desaparezca en una bocanada de humo y lengua mojada.
Entonces, te amo.
Te miro, siempre esperas que yo observe primero tu cara.
Trato de no hacerlo, tus ojos son dos lagos de madera fresca.
Cómo no amarte, entonces, me digo: a pesar del silencio desértico, a pesar de las salamandras del deseo de otros, escalando nuestras espaldas.
Te amo, entonces, trato de no hacerlo, pero tus ojos.
La risa.
Tu mano en mi pelo.