domingo, 12 de noviembre de 2023

He tenido que parir las palabras.


Vienen ideas a mí como olores, sensaciones, un asomo de Logos que juega a desaparecer en un infinito laberinto donde no sé quién es Teseo y quién la bestia.

A veces es difícil discernir acerca del propio cuerpo. Todo es mudanza en este mundo y de pronto siento que mi propia raíz cambia de posiciones, transita de una dimensión a otra y se rizomatiza, si es que Deleuze me permite la grosería de parafrasearlo. Por lo mismo, desde la bestia que hay en mí, cuento las lágrimas que caen al suelo, no las entiendo, sólo sé que están y que salvan el día,  alimentan con su salobre identidad el suelo del palacio. 
Asterión ama cada lágrima porque es compañía segura, Teseo va y viene. 
Voy y vengo, porque el ser heroico nunca es eterno sino en el segundo en que asume su rol, y una vez que ha acabado su cometido, el tiempo detenido vuelve al cauce natural (bestial) del reloj de arena. 
Asterión retorna a su cuerpo, aterido, herido, manido por la singularidad no-heroica. Palpitar deseando encontrarse con las manos de su padre, con las pantorrillas de Ariadna, con la humanidad que se le va de las manos cada vez que la ética escinde su persona (máscara de máscaras) y lo obliga a tomar la espada y blandirla...como si de verdad existiera un Teseo en medio del patíbulo.

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