miércoles, 26 de octubre de 2011

Memoria rota


Hay ciertas cosas de un amor que perdí que sigo manteniendo, para no perderlo del todo. Ya su cara se me hace borrosa, su amplia sonrisa es apenas una visión entre cortinas espesas. Me quedan sus ojos de gato en diferentes escenas cortadas, pequeñas fotografías puestas en stop motion, para variar el asunto del flash black y toda esa mierda cinematográfica.  La realidad cerebral suele ser más triste de lo que uno quisiera cuando se trata de la memoria, quizás es porque ya no queremos dolernos más y la mente va estratificando los recuerdos, hundiéndolos en el barro del inconsciente para que aparezcan de súbito en un sueño, o en el arrebato de seguir con la mirada una forma de caminar mientras otras escenas más en stop motion se sobreponen porque pudo haber sido y no. Y no, niña, no.
Ahora escucho Nocturnos de Chopin. Nunca le gustaron del todo. Pero sí me hace recordar la tibieza de un departamento lleno de sol, la radio Beethoven puesta al máximo al medio día. Ella cortaba la cebolla y los zapallos italianos con un cuchillo pequeño que él había comprado especialmente para que no se cortara. Él lavaba los platos, ella pasaba por detrás abrazándolo y oliéndolo rápidamente. Había que barrer y qué mejor que hacerlo sin zapatos escuchando a Congreso mientras él tocaba su instrumento con el computador prendido para grabar lo ejecutado, siempre volados. Siempre. De eso no había ni que preguntar. Por eso sigo fumando marihuana, en honor a ti, al viejo de la feria que te vendía los pitos, a la cola que hacía para comprar dulces en la amasandería a la hora del té, al tipo que se iba corriendo a comprar la cerveza en las mañanas apenas conseguía las monedas, al car’e guagua, al negro del almacén, a la vieja del otro almacén, a Puccini (el poodle), la Gorda, Cincuentón y familia (todos perros); a las canchas tierrosas de futbol dominguero donde también los pitos, al infierno de subirse los 4 pisos con muchas bolsas si íbamos al super, a quitarnos la ropa y tranquilamente hacer el amor en mi sillón verde (siempre será mío) como si hubiera tiempo para todo. Todo lo que acabo de enumerar no existe. Es parte de una realidad equívoca, porque fue –efectivamente-, pero es la óptica que le han dado los años. Como la noche azul, ésa que sabes.