martes, 12 de abril de 2016

Jerôme de Stridon o las tardes de Margarita.

Tú sabrás,  Jerôme, cómo van las cosas.
Tú lo sabes todo, lo vives todo desde la claridad de tu espejo.
Mi caso es muy diferente, me muevo entre el vidrio empañado de las copas sin lavar y el mugriento reflejo de las escudillas que se quedaron fuera de la limpieza mensual de la platería.
A veces pasa que miro mis manos y me canso, Jerôme, me canso sólo de mirarlas y saber que deben continuar el movimiento ya iniciado, que no se puede interrumpir un estímulo físico en el espacio a la mitad sin quebrantar leyes inmanentes o bien que te observen con la mirada indulgente reservada para los locos.
Ciertamente crees que la fragilidad de la psique es una conditio sine qua non para las creaturas cercanas a la mariposa -como yo-, que es una delicia y una erógena posibilidad; nada más distante de lo real y cercano a la verosimilitud de los relatos...Mi interior es una bestia hambrienta, abyecta, amoral. Hombre sagrado, nombre sagrado, Je-rô-me,  la combinatoria oculta dice que la potencia -aún con elementos finitos- crea entidades infinitas.
A veces siento que es una obligación moral pensar en todas y cada una; a veces me pasa que miro mis manos y me canso, estrangulo el rosario con mis dedos y dejo de mirarte desde el espejo de tu óleo.
(De La liturgia de las Horas)

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