Uno estaba perdido en medio de su propio relámpago... y aparecí yo.
Ambos nos mordimos en una lucha bella y lejana. Como trofeos, ostento una galaxia de brillantes cicatrices, que duelen de vez en cuando en las capas más profundas de la piel. Miro hacia atrás y nos veo conversando con la misma pasión con que nos arrancábamos la ropa. La vestimenta real era de palabras y de ideas, construíamos y destruíamos mundos completos... era la maravilla de descubrirse desvirgada en un hostal mientras me comía una naranja para no gritar. Era la maravilla de los paseos infinitos por la orilla de la playa, o mirando por la ventanita del baño de ese departamento. Ahí estudiabas arquitortura, me decías que la bauhaus y que Apolonio y qué calzoncitos más lindos, ponte otros aún más lindos, y que LeCorbusier y Foucault porque no podemos olvidar que el poder es todo en las relaciones y más cuando eres mi perrita intelectual y te muerdo y te hago daño y te muerdo pero te amo tan dolorosamente, es que soy así, doloroso y enfermo, forrado en plata ahora porque te cambiaste de equipo y te dio por ser ingeniero comercial.
Hasta ahí llegué con la jaula de oro que me propusiste, lindo, un tecnócrata jamás podrá amar otra cosa que no sea a sí mismo-con-otro(s). Ambos estamos más locos que cabra de cerro, te lo diría en la cara ahora, con mi nueva capacidad de encontrar la chuchada perfecta, pero diferimos en que yo persistí en el otium de la poesía y tú te fuiste al negotium...Eras el rayo, el relámpago, el amor perfecto que no existe y se derrumbó después de tantos años de lucha.
Te dejé el anillo en la mano.
Pero nunca pude olvidar con él el sino de lo inevitable. Por eso mismo no uso anillos, ni aros, ni nada que pueda significar siquiera algo frívolo. No conservo tu amor por el hard porno, tampoco. Sí robé tu meticulosidad al dibujar o cuando de elaborar una obra intelectual, amatoria o artística se trataba. Nos robamos el alma mutuamente...
Pero tú a tu vida, y yo a la mía.