No sé qué pasa contigo, no sé qué pasa conmigo, no sé qué pasa. Dónde estás, en qué lugar se cubre la tierra de miedo ante tu mente arrasadora.
Cierro los ojos y percibo tus palabras afiladas en mi cuello... nunca podría haber sido de otra forma, ¿verdad?
Tuve que arrasar con la poca inocencia que me quedaba, te arrebaté la ropa mil veces mientras hacías todo menos quitarte siquiera los zapatos: Y ahora alucino por no haberte violado cuando tuve la ocasión de hacerlo, me llené de hijos de señoras de trabajos importantes y otros menos importantes pero trabajos al fin y al cabo porque es así la cosa no vaya a ser que después digan que soy un tuerto entre ciegos y que reprimo improperios en mi boca contra tu solícita capacidad de espetarlos cuando se te da la gana.
Diría que todavía huelo tu pubis imposible -ese de 17 años bajo la falda del colegio-, que las papilas gustativas se enervan apenas un poco, como cuando pensamos en duraznos, o en la insoportable cavidad que jamás se tuvo.