Siempre que creí estar loca, no pasaba más allá de un deseo amasado por mi cerebro enclavado en el siglo XIX.
Otra cosa es la locura. La verdadera locura. Abandonar de pronto el Logos y, efectivamente, perder el control de tu cuerpo y que tu alma caiga para siempre en el estado de tránsito entre un no-ser y otro.
Los momentos previos a ese instante han de ser terribles, tal como los momentos previos a la muerte: Las vísceras latiendo, palpándose entre sí caóticamente, retorciéndose en el dolor de la mudanza, mientras la psiquis se da un hipotético tiro en su centro vital.
Los Otros observarán este proceso sólo desde sus resultados: Y verán cómo una vieja arma y desarma sombreritos de papel asegurando que los fabrica con retazos de su piel, o cómo aquel tipo no es capaz de tocar nada que tenga puntos azules, pues se llenará de gérmenes el estómago.
Si antes quería morir, y ahora ardo en deseos de mantenerme viva; también hoy escupo sobre mis dichos acerca de la locura, la racionalidad no es el mejor invento del mundo, pero -por razones que escapan a este blog- necesito de ella, y es mi única salvación en medio de tanto naufragio.