viernes, 14 de septiembre de 2018

Cordero de Dios(a)

Sustraje de la escena la maleta, no era necesaria ni en su forma, ni en su sustancia. Desapareció.
Ya todo es perfecto.
Estás claramente desnuda; una cohorte de enormes plantas carnívoras sigue tus pasos inaudibles en el piso de madera. De tus omóplatos cae grácilmente una porción de la galaxia, aproximándose al coxis con cada siglo que abarca la distancia entre una pierna y otra cuando caminas.
Te elevas, caminas en el aire, suspendes la rotación del planeta en un eterno mediodía de pasos hasta la escalera.
Ven, Pancracio (Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a esta cena).
Señora...(No soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra Tuya bastará para sanarme)
Lleva a la nueva a la cocina, para que conozca a la Perlita, y cámbiate ese mameluco, por favor, huele a caballo.
(Soy un caballo, un rumiante universal, un animal en el ara) Es el abono, Señora.
Tendrás que acostumbrarte a Pancra, niña, él es como el perrito de la casa, lo adoramos, pero, sabrás...
Sustraigo de la escena todo lo demás. Tomo mi puñado de neuronas y las estrello contra la pared, ahorco la realidad y corro a la cocina a pedir agua (me llevo el vaso y bendigo el líquido con el que Le ungiré las delicadas sienes, algún día).


(de La liturgia de las Horas)