jueves, 20 de junio de 2019

Desove.


La migración de los peces, según sus cálculos, comenzó con la muerte de On Anselmo.
Vio la misma claridad de las transparentes catedrales de cristal de la Señora. A la luz, casi se podía saborear el movimiento de las manos sutiles sobre el vidrio soplado, y los haces que atravesaban azarosamente el volumen, coincidían en magnificencia con un lirio tronchado.
Debajo del ataúd pusieron un tiesto con agua bendita, que la Señora siempre tenía mucha, porque nunca se sabe, pues Perlita. El Padre Matte me dijo a la salida de la misa que el demonio está hasta en una falda sobre los 5 centímetros sobre la pantorrilla, y yo me espanté, tengo algo así como 7 faldas la escocesa la de paño azul la de lanilla verde la de lanilla café es que mis piernas son heladas porque Alselmo jamás jamás jamás y yo deseando unas manos en mis rodillas que me quiten el frío y la vivencia cuaresmal del matrimonio arreglado.
Nunca se sabe cuánta agua, por lo mismo, Pancracio miraba cómo el tiesto se llenaba de moscas (los ángeles putrefactos también necesitan agua), pero súbitamente se hicieron ceniza: Emergió de lo profundo del océano bendito uno como pez o como ángel, que atravesó el féretro y dejó un camino gris perla hacia el techo.
Una vez establecido el camino, un cardumen traslúcido (tendiente a infinito) colmó el cielo raso.
Fue el primer asentamiento.
Pancracio miró la multitud cayendo desde el piso hasta la máscara procedimental funeraria.

Nadie prestaba atención a los peces; en el cabello de Margarita se alojó uno que cobró los matices de su pelo.
Estuvo 3 meses allí, hasta que desovó.
Como uvas, los racimos de vida pluricelular caen a la boca, Margarita, los mantengo en mi garganta para hacer de mí, bocanada impura de tus aguas invisibles.