viernes, 14 de abril de 2023

Paradojas en la cama.

 

Siempre va a dolerme, amor, la eterna, eternísima, paradoja de Zenón jugando con la mente y las matemáticas humanas, que hemos de componer y descomponer en el rito de las corporalidades creyendo que se fusionan.

Amor, esto que creemos no es más que la ebriedad de los sentidos cruzada por un extraño hilo invisible, ideas como huevos universales se quiebran y generan constelaciones significativas, porque -amor- cada astro, cada conjunto de astros, cada virtualidad de las uniones es eso: Una virtualidad.

Es más, la virtualidad no construye otra cosa que probabilidades.

¿Será también que posibilidades?

¿Será que, en los horizontes creados por estas rectas virtuales (estos invisibles hilos) nazcan totalidades lo suficientemente complejas como para que las categorías se vuelvan orgánicas, abandonen el mundo de las ideas, y puedan (puedas) -efectivamente- ser (en mí/conmigo/para mí/sin mí/a pesar de mí), y que -en ese ser virtualmente creado- emerja el territorio (im)posible antes que un mero pool de variables cortándome dolorosamente como un cuchillo?

Siempre va a dolerme, entonces, la inevitable fracción -múltiple, infinita- de dos cuerpos rozándose. Jamás en mí, siempre en sí y para sí, el ser que se urde en tus tejidos.

Ni la mordida, ni la mordaza podrán desgarrar la única verdad, el único dios: infinitos grados -crecientes- de separación romperán cualquier clase de ilusión, como martillos cayendo en el pavimento, en tanto nos hundimos en este, el misterio de la carne.