Tal vez este no sea el momento para hablar de mí misma, pero mi escritura se ha vuelto una empinada escalera de caracol, de escalones cada vez más estrechos, más pequeños. Todo es un rascar de uñas sobre tablas astilladas y las células crujiendo.
Sin embargo, más allá de mi propio padecimiento, lo más doloroso de todo este proceso es que veo cómo mis espinas crecen, extensiones de mi propio tormento hienden la carne ajena:
Adquiero conciencia de mis actos negligentes, de mi no-hacer, de mi no-estar, de mi no-querer.
A veces una tableta calma las aguas turbulentas, y me abro al paraíso psicotrópico (que no es más que un par de axones medio borrachos por la serotonina envasada); un par de quemadas, luego un buen cigarro, a veces también calma, a veces hay veces...pero mis aguas, mis tristes aguas no dejan de tener un fondo turbio y abisal que me avergüenza.
Sin embargo, más allá de mi propio padecimiento, lo más doloroso de todo este proceso es que veo cómo mis espinas crecen, extensiones de mi propio tormento hienden la carne ajena:
Adquiero conciencia de mis actos negligentes, de mi no-hacer, de mi no-estar, de mi no-querer.
A veces una tableta calma las aguas turbulentas, y me abro al paraíso psicotrópico (que no es más que un par de axones medio borrachos por la serotonina envasada); un par de quemadas, luego un buen cigarro, a veces también calma, a veces hay veces...pero mis aguas, mis tristes aguas no dejan de tener un fondo turbio y abisal que me avergüenza.