miércoles, 13 de enero de 2010

Perdida en la vacuidad


Creo que extraño a alguien, pero no me asegura(n) la(s) neurona(s) que controla(n) mi emocionalidad si efectivamente lo que extraño es una persona en particular o apenas el espacio que dejó vacío. Un hueco de nada, diámetros y centímetros que solo el aire envuelve. No sirvo para esto de las disyuntivas...no soy capaz de concluir.

Cuando se obtienen conclusiones implica necesariamente un final, un cierre de proceso... y he descubierto que cuando las puertas se cierran me angustio, se me seca la garganta y necesito reabrir el maldito cajón, revolver la tierra, tomar los juguetes viejos y nunca nunca guardar del todo (o deshacerme de algo). Entonces, pobre de mis juguetes, pobre de mis seres diurnos y nocturnos, que no los dejo en paz: los conmuevo, los desespero, los muerdo, los cambio de lugar.

A quién extraño.

Qué extraño.

Qué necesito.

Soy una depredadora del vacío, sin embargo, cortaría mis manos, vendería mi encéfalo a granel por el solo hecho, por el solo hecho, por el solo hecho de que alguien me provoque (con la mirada nada más) el calor de un abrazo. Porque, sabes, nunca es suficiente, ni el abrazo en sí como acto, como ejecución motora para que me vibren los átomos, nunca es suficiente cuando anhelas la-idea-de. Al modo platónico, se entiende.

Nuevamente, entonces:

Qué extrañas.

Qué necesitas.

Nunca es suficiente y las personas pasan, las caras se hacen borrosas como un mal sueño, querido.

Soy el centro desde donde se proyectan los jardines que se bifurcan, soy un espacio neutro, psicótico, inmóvil.



Que alguien me despierte.

miércoles, 6 de enero de 2010

"Era extraño aquel hombre, o por tal lo tomaron..."


Dos o tres casas más allá de la mía, por la vereda de enfrente, a pesar de la invasión de vecinas en enaguas y la plaga de gatos que se ha tomado mi pasaje, vive un hombre.
Solo.
Afiebrado por las grietas que la edad ha cincelado en su rostro y su mente.
Convulso.
Triste.
Obseso, sale a su antejardín con su jockey verde colmado por el sebo de los años y el cansancio de soportar una cabeza enferma. Arrastra los pies, se acerca al frontis de su derruida vivienda. Una mosca eternizada por el momento lo sigue sin piedad, sin embargo continúa su labor febril. Saca de su bolsillo un papelito, un trozo de servilleta usado, una boleta amarilla, verde o blanca, un recorte del diario La Cuarta, papel de regalo, la guirnalda navideña que se rompió hace 3 navidades, envases de helado yasíyasíyasí.
Empapela su casa con desechos propios y ajenos, empapela su vida silenciosamente.
A su modo, embellece y da sentido.

Qué más poético que sus manos temblorosas?