Cuando las palabras se entierran en un suelo desértico.
Cuando ya vodka, drogas, cine, sexo, siesta. Desde el entierro de la palabra en mi boca, emerge la vulgar sensación de estar incómodamente cercana a un N.N en el metro. Entonces, no te amo.
Sin embargo, tu mano me recoge y retrocede con tanta cautela, con tanto dolor viejo y anudado en tus articulaciones, que no puedo dejar de amar que me cedas el espacio, que me prestes el lado izquierdo de tu cama, esperando que la inquietud de mi mente desaparezca en una bocanada de humo y lengua mojada.
Entonces, te amo.
Te miro, siempre esperas que yo observe primero tu cara.
Trato de no hacerlo, tus ojos son dos lagos de madera fresca.
Cómo no amarte, entonces, me digo: a pesar del silencio desértico, a pesar de las salamandras del deseo de otros, escalando nuestras espaldas.
Te amo, entonces, trato de no hacerlo, pero tus ojos.
La risa.
Tu mano en mi pelo.
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