Siempre quien he amado se va, no puede amar recíprocamente a nadie, o simplemente está tan roto que no puede unirse a mi barroco discurso interior, igualmente roto, pero con ansias tremendas de unidad y simpleza.
Sería capaz de todo por una mirada real mientras M. me penetra.
No puedo mirarlo, él lo intenta a veces y siento como si hubiera un muro de tablas a medio roer, o una extraña reja de vidrios mal cortados. Entonces puedo verlo, pero no del todo, siento en lo más profundo de mi memoria su olor, la suavidad tisular que existe entre su pezón izquierdo y el cuello, pero no puedo saber qué hay detrás de eso. Desconozco si quiere mirar más allá de esas vallas, temo ante cualquiera de las opciones disponibles. Si quiere mirar más allá y encontrarme, surge el temor a estar expuesta, a que dañe a la pequeña y dolorosa que soy, a ser menos de lo imaginado y más de lo desechable. Si no quiere mirar, sin embargo, si nunca ha querido mirarme y todo ha sido un gran y delirante discurso de mi pobre mente, amanece en mi garganta el miedo al absoluto desamor, la claridad del pesimismo residente en mis más oscuras ciudades.
Solo tengo estas certezas:
Estoy perdida en un corredor.
El deseo es multiplicidad de umbrales entre mi pregunta y tu boca.
Nunca ha habido más luz, más belleza, que en este dolor.