Si no es con lágrimas, de algún modo tengo que llorar. Me repito constantemente que es urgente, perentorio, desesperadamente necesario, pero las lágrimas no llegan. Lo que llegan son vidrios invisibles atravesando mi cuello, mis brazos, mis caderas. Cada vidrio tiene un color diferente, una forma particular de hendir la carne, de hacer volutas mi inocencia: De ejecutar una delicada y precisa tortura prolongada en el tiempo.
Lo sé.
Trato de explicarme con la dificultad lingüística propia de quienes solemos hablar de/con mundos imposibles; considérame una entidad marginal del logos, que logra tocar el conjunto, utiliza las piezas y juega con ellas, pero jamás podrá ejecutar otra cosa con las palabras que no sea meramente un juego. El problema de aquello es hoy, que quiero llorar, no puedo ejecutarlo tampoco. Logos y lágrima no se vierten en ningún lecho, entonces ¿cómo hago fluir los necesarios ríos hacia donde deban ir? (Porque jamás ha habido un deseo u objetivo que perturbe sus haceres, admiro el deber y constancia de los ríos, solo interrumpidos por monstruosos eventos naturales). Es una cuestión que obsesivamente persigue ciertos horarios, ciertas prácticas, ciertos espacios que no conocerás (porque solo logro hundirme en montículos de vidrio, mas no en ti). Tengo tanta sed, el camino se estrecha, me pregunto -también- si será necesario poblarme de tantas letras, de tanto (o tan poco) placer, de las malditas valoraciones, en el fondo, y la incapacidad de decir, y la incapacidad de llorar, de ser abrazada sin montar un escape, un nudo o un cuchillo en medio de alguna posibilidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario