El amor es una extraña criatura.
Mi cerebro también, y aun cuando entiendo desde la lógica de los fenómenos psicobiológicos el hecho de que las emociones no son más que cocteles elaborados por un barman invisible entre una neurona y otra, que de pronto nos baña en neuroquímicos y hormonas que nos vuelven más o menos atractivos, con mayor o menor inclinación hacia un objeto o persona, tendientes o no a la pulsión (diría un psicoanalista) del sexo, me cuesta no imaginar el amor como un ser en sí mismo. Como una joya viviente, como flormanoluzlatido, viene a mí el roce específico de cierto cuello, el acercamiento milimétrico de cierta boca y sé...sé absolutamente.
El amor es una extrañísima criatura.
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