viernes, 28 de octubre de 2016

Despertar.

Assurbanipal.
Nunca aprendí a leer.
Assurbanipal.
Deletreó saboreando cada grafema, como cuando el Niño Alfonso y la Niña Ester robaban dulces árabes de la mesita de roble, atiborrándose las papilas gustativas de pecado hecho azúcar. 

Una página de diccionario coronaba el basurero y las letras entraron en Pancracio, mordiéndolo desde la página 31: La palabra. La palabra labra. La palabra ladra. La palabra alaba y que abra las alas en un ancho vuelo desde el sagrado árbol pulmonar y sus frutos hacia el cauce implacable de la tráquea. La palabra es tacto, sabor, movimiento contínuo y fallido, recursivo, aplastante, un músculo bailando con las partículas de aire. La palabra es el bastón con que Dios me azota los cristales que Él mismo me proveyó, pero gozo el sufrimiento del ladrido en mis parietales porque primera vez, porque Adán cuelga de mis vértebras y es un despertar azul, así como las blondas de la falda de Ella suspendidas en el aire limpio de la mañana.

(De La Liturgia de las Horas)

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