domingo, 18 de agosto de 2019

Bautismo.

No puedo, dijo. No puedo salir de ti.
Un hombro caía por el lado derecho de su cuerpo y pesaba como un desierto de rocas amarillas.
Un recuerdo se precipitó hacia el suelo, rodó por el hombro: era sudor.
Cuando salí de las oquedades de mi madre - pensó con beatitud- alguien me tomó de la muñeca, limpió la sangre, me prendió al pezón de las cabras.
Olor a carbón, a viento reseco, a labios agrietados de vieja y moho en los dientes.
Otra gota de sudor cae al suelo de tierra; la vieja amarra pasto seco y lo amarra con trenzas de cuero. A veces la escuchaba gemir entre los atados de pasto, un sonido enmudecido porunamanomordisqueada tocaba el aire.
Asomó mi pubertad.
Los ojos se arrastran a
los murmullos del pasto seco
          el pantalón
                levemente
                      mojado
me acercosuaveconsalivaenlamano
la misma posición de las cabras.
Acudo.
Otra sangre. Otro olor. Otra lengua seca. Otra quietud de brazos quebrados.

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