Extraño, a veces, a quien fui alguna vez. Tanta inteligencia y frivolidad, tanta posibilidad existente entre las piernas, tanto afecto disponible para sembrar entre el ombligo y el pubis.
Podría haber muerto intoxicada, ebria de emociones tan poco profundas como un charquito de sudor. No tenía cedazo alguno: aceptaba todo lo que venía como dado por el oráculo de Delfos, sin cuestionar en modo alguno la revisitación absurda y postmoderna, sin cuestionar la ausencia de pitonisa, sin creer en otros rituales que los que lograba tejer en mi burda cabecita. Hubiera preferido morir antes que vivir de otra manera, vale decir, como estoy viviendo ahora. No habría soportado a la cuarentona tolerante y socialmente fóbica que me depararía el futuro, ni siquiera por cuestiones políticas.
Simplemente era imposible soportar a alguien tan poco consecuente, tan ausente de su propia violencia, tan irrespetuosa de la poesía del instante... tan, tan como soy ahora.
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