Una especie muy específica de soledad se aloja en mí en este momento.
Sé que no es la misma soledad basal de todos mis días, pues me aleja del existencialismo y me toma del cuello, me azota contra el piso, restriega mi cara contra el polvo, me ancla en la materia y me hace desearla con todo mi ego.
Mi soledad basal no es así, por el contrario, me aparta de las formas de este mundo y lúbricamente sorbe los huesos de la muerte, olisca los deslindes del Tártaro, y se desnuda sin tapujos ante quien quiera observar lo imposible de su belleza... no obstante, sobreestimé su potencia: esta soledad nueva que me ha invadido me duele más, hace que me sienta viva y quiera seguir inhalando oxígeno un segundo más, y otro, y otro, y otro, hasta reventar como un triste sapo ebrio de (ir)realidad.
Quisiera poder llorar, pero me he disociado.
Quisiera no morir, construirme una cinta de Moebius y arrastrar mi humanidad por tiempos que escaparan la comprensión de este, mi ciclo vital.
Quisiera no vivir de este modo.
Quisiera construirme una casita de papel maché.
Quisiera abrirme las piernas y penetrarme.
Quisiera obligarme a salir de este círculo infecto en el que me he convertido.
Quisiera escribir sin otra letra que no sea la que se perpetúa en este preciso momento.
Quisiera amar(me) un poco más.
En mí se aloja, en este momento, una especie muy específica de soledad: dejé de ser quien era.
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