sábado, 9 de julio de 2022

viernes, 8 de julio de 2022

Impossible comme un fleuve de mots.

Si no es con lágrimas, de algún modo tengo que llorar. Me repito constantemente que es urgente, perentorio, desesperadamente necesario, pero las lágrimas no llegan. Lo que llegan son vidrios invisibles atravesando mi cuello, mis brazos, mis caderas. Cada vidrio tiene un color diferente, una forma particular de hendir la carne, de hacer volutas mi inocencia: De ejecutar una delicada y precisa tortura prolongada en el tiempo. 

Lo sé. 

Trato de explicarme con la dificultad lingüística propia de quienes solemos hablar de/con mundos imposibles; considérame una entidad marginal del logos, que logra tocar el conjunto, utiliza las piezas y juega con ellas, pero jamás podrá ejecutar otra cosa con las palabras que no sea meramente un juego. El problema de aquello es hoy, que quiero llorar, no puedo ejecutarlo tampoco. Logos y lágrima no se vierten en ningún lecho, entonces ¿cómo hago fluir los necesarios ríos hacia donde deban ir? (Porque jamás ha habido un deseo u objetivo que perturbe sus haceres, admiro el deber y constancia de los ríos, solo interrumpidos por monstruosos eventos naturales). Es una cuestión que obsesivamente persigue ciertos horarios, ciertas prácticas, ciertos espacios que no conocerás (porque solo logro hundirme en montículos de vidrio, mas no en ti). Tengo tanta sed, el camino se estrecha, me pregunto -también- si será necesario poblarme de tantas letras, de tanto (o tan poco) placer, de las malditas valoraciones, en el fondo, y la incapacidad de decir, y la incapacidad de llorar, de ser abrazada sin montar un escape, un nudo o un cuchillo en medio de alguna posibilidad.

miércoles, 16 de febrero de 2022

Alicia nunca pintó las rosas rojas.

 Yo tampoco.

Je suis a fleur la plus parfumée de mon jardin.

 Parte de este nuevo jardín que soy, me exige reducir cantidades. 

Esta condición es imprescindible para mantenerlo hermoso y bien cuidado, el asunto de todo esto que asevero es lo que ocurre al sacar una planta de raíz. Nuevamente, la radicalidad no era (creo que aún no es, espero que no sea) el alimento de mi ecosistema; por una razón de karmas y samsaras, sentía que hacerme cargo, tomar responsabilidad de la "muerte" (el no ser de una entidad viva o no viva, autoconsciente o no) era demasiado para mi pobre espalda. Sin embargo, mi nuevo jardín se seca cuando hay situaciones que no cuadran y se reproducen. No siento que las paredes se estrechen, los agentes externos son más dominables, menos absurdos (en sentido Sartreano de la palabra), la amenaza ahora es en qué posición quedo dentro del tablero de ajedrez (o de jardines interiores)...

¿Debo? ¿Quiero? ¿Puedo? Son palabras que vienen a mí constantemente ahora que necesito mucha agua y pocas hiedras parásitas.

Con todo, el sobrepensar sobre lo emotivo y sus deslindes, qué duda cabe, seguirá siendo una condición perteneciente a mi comunidad de neuronas, no quiero deshacerme de aquello (sé que es un juguito de cicuta a la larga, pero es gratificante observar cómo he logrado sustentar un collar tan bonito de textos gracias a esta condición)...creo que la contradicción tampoco será abandonada del todo, por lo que veo/leo en la medida que (me) escribo.

Decidí cortarte de raíz, te di las gracias, you know... 

jueves, 3 de febrero de 2022

Je ne sais plus qui je suis

Una especie muy específica de soledad se aloja en mí en este momento. 

Sé que no es la misma soledad basal de todos mis días, pues me aleja del existencialismo y me toma del cuello, me azota contra el piso, restriega mi cara contra el polvo, me ancla en la materia y me hace desearla con todo mi ego. 

Mi soledad basal no es así, por el contrario, me aparta de las formas de este mundo y lúbricamente sorbe los huesos de la muerte, olisca los deslindes del Tártaro, y se desnuda sin tapujos ante quien quiera observar lo imposible de su belleza... no obstante, sobreestimé su potencia: esta soledad nueva que me ha invadido me duele más, hace que me sienta viva y quiera seguir inhalando oxígeno un segundo más, y otro, y otro, y otro, hasta reventar como un triste sapo ebrio de (ir)realidad.

Quisiera poder llorar, pero me he disociado.
Quisiera no morir, construirme una cinta de Moebius y arrastrar mi humanidad por tiempos que escaparan la comprensión de este, mi ciclo vital.
Quisiera no vivir de este modo.
Quisiera construirme una casita de papel maché.
Quisiera abrirme las piernas y penetrarme.
Quisiera obligarme a salir de este círculo infecto en el que me he convertido.
Quisiera escribir sin otra letra que no sea la que se perpetúa en este preciso momento.
Quisiera amar(me) un poco más.

En mí se aloja, en este momento, una especie muy específica de soledad: dejé de ser quien era.