miércoles, 24 de febrero de 2010

Males homéricos


Y, a fin de cuentas, ni amor, ni odio, ni abulia me queman las vísceras, sino la volatilidad arcana de los males homéricos.
Que soy más que una musa y menos que una musa: La bella inspiradora de artistas y constructos culturales materiales e inmateriales entra por mis poros y sale convertida en una creación, no en un incentivo para que las creaturas -los corpúsculos- sigan a otro... Entonces se forman confusiones temibles, me envuelve una cálida nébula que trastoca los sentidos. Lamentablemente, una vez que se disipa la nébula me desintegro en el fuego frío de Atenea, la diosa que no fue parida, la que se deconstruye, la diosa que batalla, la de los ojos alucinados, me sale por la boca como un ancho río de luz destructora.
La materia no soporta la poesía.
Arraso con hombres y mujeres.
Un blanco camino de papel es mi único amante en estos días.

Pero la diosa calla.





Y yo, que era más que cualquier musa, caigo por la serpiente de Casandra. Mi cuerpo padece, mi mente se crispa.
La tragedia de vivir en un cántaro,
de escupir palabras y sangre.
La metamorfosis, dicen los griegos (y Gregorio Samsa), genera incredulidad en los que no tienen ojos suficientes para ver.

Un blanco camino de papel es el único en estos días.

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