Si he de ser sincera, jamás me ha agradado tener que corregir impresiones ajenas, pero ciertos hechos lo ameritan. Tampoco me agrada ser explícita, creo firmemente en que las capacidades humanas son lo suficientemente desarrolladas como para inferir luego de que ciertas luces se han prendido. La media-luz es tan agradable a mis ojos como a mis letras. En fin. Decía ayer que tengo 28 años, de los cuales 10 he intentado hacer algo con mi vida desde la academia, y claro, aun cuando me convenzo cada vez más de que aquello no es otra cosa que conocimiento muerto en las aulas y muere en las páginas roídas de un libro o una tesis que nadie leerá, hago lo que tengo que hacer. Fueron cuatro años los que estudié Derecho...conocí allí ciertos tipos humanos bastante despreciables, centrados en la materia, en el exitismo, en una visión de mundo que no comparto. Salí huyendo cuando me di cuenta de que estaba matándome el alma. Me roí la luz que tenía allí, en el caldero con grillos negros, alacranes y cruces rotas. Y todo por desear fervientemente querer ser aquello que esperaban que fuera. Pero en el querer ser no se es. Caí en el abismo, salí de allí. De triunfos morales se ha construido mi historia (aunque de eso no pretendo hablar ahora mismo).
Esperé unos meses y entré a una connotada universidad de la capital, donde el slogan (todo en ella es slogan) rezaba "es el comienzo de tus mejores años". No me tragué el cuento, pero sí me tragué con los ojos la bella biblioteca, la licenciatura en letras, la literatura, el afán por encajar desde otra arista más confortable para mí...Y es un real culo la obsesión (que ya no el afán) por encajar, por complacer y buscar la mirada aprobatoria de quienes considero "interlocutores válidos".
El año tercero de mi paso por Letras mi madre enfermó de cáncer. Y claro, hubo apoyo económico, hubo apoyo moral, pero realmente NADIE se ocupó de ella.
Mi madre no era capaz siquiera de cruzar una calle, de reconocer un semáforo, de caminar sin caer de bruces, el cáncer la estaba desmoronando. Focalicé mis energías en ella, no me importó nada. Abandoné la Universidad, no huí, abandoné todo por ocuparme de ella, por los mínimos detalles de escucharla, de que tuviera a alguien con quien llorar, de que si estaba acostada y quería agua, alguien se la llevara y no se molestara en levantarse, en cautelar su sueño (jamás me dormí antes que ella), en ESTAR AHÍ. Nunca me arrepentiré de esa decisión, independientemente de las consecuencias a nivel universitario que ello conllevó. Prácticamente perdí el año. Los cursos fueron reprobados, caí en causal de eliminación, salí de esos escollos con dificultad, pero lo logré. Un año y medio después, probablemente por el stress que me produjo cargar sola con toda esa energía sin poder expulsarla, reventé. Me sumí en la locura, que es una de mis comadres favoritas, no sabes cómo la estimo. Da saltitos vaporosos a mi alrededor, me comenta algunas cosas, a veces la invito a mi casa, no cae muy en gracia, pero yo tampoco así que nos entendemos muy bien. Me llené de fármacos, el asunto es cumplir con aquello que te exige el sistema, y vaya que las personas cercanas son unos agentes de represión certeros! Cumplen a rajatabla todo aquello que el stablishment propugna, a pesar de que crean que lo correcto es todo aquello que provenga del lado docto de la cultura...docto viene de doctrina, es la misma raíz. Y de doctrina, adoctrinamiento, que es peor que adiestramiento. De 10 personas que conozco al menos 8 obedecen como perros, el noveno se autoconvence de que es por decisión propia y el décimo es un enigma. Ahí me sitúo yo, y otros pocos.
Luego de esos meses, vinieron otras peripecias que no pretendo recordar aquí.
Lo único que quiero dejar claro es que cumplo, aunque no esté de acuerdo con el sistema en que vivo: hice, hago y haré lo que debe ser.