Son las 3:34 am. El silencio domina el entorno.
Seguramente, en la extensión de la ciudad la actividad persiste, así como su consecuente sonoridad.
Me levanto a hacer té chai, he dormido 6 horas y percibo, desde lejos, la agitada respiración de un enfermo. A veces se me hace dificultoso separar las diversas emociones que surgen de mi interior hacia los demás, lo que desencadena el insomnio; pero, también, la oportunidad. La belleza del silencio me embarga, cada poro, cada no-palabra, cada espacio en blanco son un bálsamo para mis heridas.
He puesto las acciones en pausa, porque yo misma soy un signo de puntuación, marcando un espacio solitario y mudo.
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