sábado, 7 de diciembre de 2019

Encarnación

El problema es sacrificial.
El primer cordero de Dios, Abel. El segundo, fallido por la misma mano del Divino, Isaac. El tercero, Jesús de Nazareth, y desde allí 2000 años hasta la Cuarta Encarnación, enclavada en un cerro seco, proyectada en un camino sin cuervos, ni larvas: solo un eterno sol sin palabras que rompió las ojotas, luego endureció las plantas de los pies y resquebrajó las manos, tapió los oídos, mató la lengua, reventó los lagrimales. La Cuarta Encarnación, absoluta y perfecta, sin un solo concepto humano en sus células, arrastró su cuerpo a dos líneas brillantes que la condujeron a extraños volúmenes ortoédricos, pero los ojos de un perro fueron los que lo llevaron al asfalto.
A un río sucio como el conocimiento humano.
A casas y barrios de bella composición en el horror.
Aparecieron niños, mujeres, sonidos blancos emanados de las gargantas, hombres, martillos, cartones, ardor, ira, sobre todo ira en las sienes y entonces supo:
La única Verdad está en la muerte.
Apretó la garganta del perro hasta llorar sangre.
Solo entonces supo que estaba ungido por el Espíritu.

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