Pensaba si habría oportunidad de huir del jabón de lavar en la cocina.
La señora que presentaba su enorme volumen pétreo tras los vapores de los calderos de greda o cobre solía agarrarlo de las muñecas y llenarlo de lavaza, porque los ángeles deben estar limpios y bien peinados para recibir la comunión los días Domingos, y no usar los artículos de veneración como un herético juguete, sin otro sentido que la vil tentación de un invisible demonio infestando la casa
Comiéndose la escena, las pupilas se centraron en su cabello.
Margarita observó que de los cadejos del ángel manaba un óleo de aroma dulce, como a frutillas levemente pasadas.
Se mordió la lengua, los ojos huyeron al lado derecho, se rascó la oreja derecha con angustia, los zapatos negros tenían una leve capa roja brillante, estaba encerando las baldosas y no pude evitar pensar en la estridente belleza, en el insoportable perfume a niñez y la santa amoralidad de los 7 años, pero lo pensé sin palabras, solo con la clara sensación de que había óleo virginal entre los rizos, un óleo que podría colmar un frasco de vidrio pequeño, que podría ser venerado como una reliquia; en la sana apreciación de su momento, la Marguita no pudo hacer otra cosa que llorar sin premura. Lloré e hice chocar los tacos contra las baldosas entre el cuello y el hombro picaba
entonces se rascó se rascó se rascó
nunca fue perfecta jamás hubo óleo sagrado o perfume cubriendo sus guedejas
solo una amplia llanura que devastaba recuerdos y le permitía asomar una maletita de cuero con unas pocas pertenencias cuando llegaba a alguna casa a hacer lo que nunca sabía hacer porque la llanura era vacía como una carpeta sin documentos en el escritorio de un oscuro secretario en la biblioteca ancestral de los recuerdos
que nunca tuve
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