lunes, 28 de diciembre de 2020

Herejía (Carta XIII o La muerte)

Humillada y sola, recogía su pelo para lentamente capturar naipes muy viejos que veía caer desde el techo. Se  acumulaban círculos de humedad que ennegrecían el cielo; en el centro de cada uno, una gruesa gota de agua incrementaba su volumen hasta cuajar en una carta de naipe inglés, de carácter absolutamente aleatorio, cuya superficie iba envejeciendo hasta que ella las tomaba con sus manos. Depositaba cada una sobre la cama y sorbía del aire un sabor metálico, denso, fácilmente condensable en el paladar. Tragaba saliva y, al cabo de unos segundos, salía de su boca un vapor azul que rodeaba su garganta como un levísimo e imposible collar.

La soledad subía sin cesar por las escaleras hacia las habitaciones. 

Cayó una última carta antes de la inundación, la levantó (pesaba tanto como una maleta de hierro, como un pájaro de roca templada; palpitaba en contrapunto con los latidos de los corazones de algunos infantes moribundos): No era ya naipe inglés, el dibujo de una hoz roja destruía el sagrado orden de la baraja. La soledad empujaba la puerta a golpes acompasados, una marejada se precipitaba y escurría por las rendijas, Margarita tragó la carta, que descendió por su garganta hacia el sistema digestivo con lentitud ceremonial.

(En la escalera, con los ojos cerrados y mientras me aferraba desesperadamente a la balaustrada, esculpía estelas invisibles con las visiones de Ella. 

El universo se desintegra ante mis ojos. 

Ella está muriendo).

viernes, 11 de diciembre de 2020

Canto II (Ángel de la ferocidad)

Escalo por el horizonte.

Mis pies escaldan
      se vierten
          en las cabezas de los pájaros abisales
             en un adviento de la celeridad
             de los procesos inevitables
              de las células como cajas          mortuorias.
              No hay ya espanto
               el dolor no cesará para quienes tienen los ojos reventados
               de la luz inextricable de las bombillas eléctricas descendiendo hacia la mesa.
Entonces Uno como Ley Divina
Como lanza o corvo a levante
enciende las espaldas
reptando por las vértebras,
navega por el río celular
y multitudes se agolpan en las orillas del río
multitudes animales se despojan de sus ropas
se arrojan a sorber sus aguas
                   a lamer la dermis palpitante del barco.

El horizonte vertical me impide el paso:
mis voces son mordisco feroz
en las playas del Tártaro.

Canto I o La visión del abismo

 Los trapos salvan las puertas.

Cuando el puritanismo se asentó
en los autos y en las casas
el puritanismo del horror, me refiero,
una soga de agua invisible
de esas que estrangularon almas
Y reventaron los cráneos
Y precipitaron a lamer
el camino salado del
                 propio sudor
Una soga
                como
                        rotura
   O como metros de tela mojada
                       en las gargantas
   como putrefacta escalera
   hacia las fauces de una potestad,
   se alzó
   para dominar cuerpos
   y estrellarlos eróticamente
   en pequeños muros
   de espanto
   -replicados en las retinas de los niños
   en la sonrisa brutal
   de los espejos
   en las teclas
   el silencio
   y los dedos-
   sin otro sentido
   que decorar el alma
   con los muslos de la muerte.

  Ah, pero ya aparece el viento
  que arrasa los mundos
  y expulsa los pájaros
  ya aparecerán los brazos de los dioses.
  Veo una explanada blanca
  dunas de pieles afiebradas
  transformadas en granos de arena
  en pequeñas partículas de sonido
  que salen de mi boca
  y son mi nueva lengua:
   emerge un animal bravío.
  
  Nadie se acerca a los límites de los templos.